Para vallar y remediar la desarticulación sucedida con la hipertrofia de la riqueza, poco se ha hecho, por si no nada, en orden a defender los valores espirituales que mantengan nuestro perfil de pueblo. La propia lengua, instrumento de lucha y de conservación de nacionalidad, se desfigura por la fácil y alegre, adopción de inútiles palabras extrañas. Los mismos avisos y nombres de casas de comercio, dan un aspecto de disolución nacional a las ciudades. Los criollísimos obreros de la explotación petrolera empiezan a hablar una jerga vergonzosa. ¿Y que decir de la música exótica, traída de las antillas, con que ha sido sustituida nuestra vieja música romántica y que desaloja nuestros propios aires folklóricos? ¿Qué sino contribuir el vértigo de la mente y a acercar las victimas a los manaderos de la marihuana, pueden hacer rumbas, congas y mambos, del peor alarde rítmico?...
Pero hemos llegado todavía a más en nuestra inconsciente aventura de destruir la fisonomía de la nación. Todos los años, en los alegres días pascuales, veo con dolor, y lo ven todos los que sienten en venezolano como la destrucción de nuestro acervo popular llega hasta lo menudo que formo nuestro viejo espíritu. Lo antiguo, lo nuestro, lo que daba cierta fisonomía a nuestras costumbres, ha ido desapareciendo al compás de modas importadas. La ola del mercantilismo anglo-americano ha llegado a apoderarse de nuestros valores criollos para sustituirlos por símbolos exóticos, ante los cuales se pliegan fácilmente los curiosos y pedantes imitadores de novedades. Y así la navidad no es hoy en Venezuela la antigua fiesta de los abuelos criollos. Es la fiesta de los intrusos abuelos yanquis. Durante ella no se desean "Felices Pascuas" como lo hacían ayer no más nuestros buenos padres; hoy se envían tarjetas con versos en ingles para augurar "Merry Christmas".
Mientras en el Norte se consagra un jueves de cada noviembre como fiesta de "Acción de Gracia", por el pasado y el presente del formidable y venturoso imperio del Tío Sam, y se come en tal día el pavo y la salsa de arándano, que recuerdan el refrigerio tomado por los Pilgrims Fathres al echar pie en tierra americana, nosotros desalojamos las costumbres de nuestros mayores, para adoptar alegremente las que nos imponen los explotadores forasteros.
Si Jorge Washington resucitase en un "Thanksgiving Day", hallaría en cualquier hogar americano abierta la Biblia de los mayores, junto al doloroso "turkey" y a la "cramberry sause" que de niño saboreo a la mesa de sus austeros abuelos en Virginia. Sin ir al terreno de lo imaginable: al viajero que visita la casa de Washington en Mount Vernon, en la fonda vecina, alegres muchachas trajeadas a la moda de Doña Martha, le sirven el mismo estilo de jamón con patatas que fue alimento diario del gran presidente. Si Simón Bolívar reapareciera en noche de navidad en la alegre Caracas donde discurrió su infancia, en el sitio del antiguo pesebre con el paso del nacimiento, que arreglaba con devota diligencia Doña María Concepción, encontraría un exótico "Christmas Tree", cubierto de simulada nieve, y en ves del estoraque, el mastranto, la pascuita y los helechos que daban fragancia campesina a la recamara, hallaría verdes coronas de fingido agrifolio y gajos de muérdago extranjero. En lugar de la hallaca multisápida, que recuerda la conjunción de lo indio y lo español, y del familiar dulce de lechosa, le ofrecerían un suculento Pavo, traído del Norte en las cavas del "Santa Paula". No oiría los villancicos que alegraron su niñez triste; le cantarían, en trueque, una melancolía "Carol" aprendida en discos "Columbia". Y Bolívar redivivo en su Caracas nutricia, pensaría como su obra quedo reducida a emanciparnos de España para que a la postre resultase la republica atada a un coloniaje donde Amyas Prestor tiene mas derechos que Alonso Andrea de Ledesma. Y Bolívar, tal vez repetiría dolorido, ahora con mayor razón: Aré en el mar.
Pero hemos llegado todavía a más en nuestra inconsciente aventura de destruir la fisonomía de la nación. Todos los años, en los alegres días pascuales, veo con dolor, y lo ven todos los que sienten en venezolano como la destrucción de nuestro acervo popular llega hasta lo menudo que formo nuestro viejo espíritu. Lo antiguo, lo nuestro, lo que daba cierta fisonomía a nuestras costumbres, ha ido desapareciendo al compás de modas importadas. La ola del mercantilismo anglo-americano ha llegado a apoderarse de nuestros valores criollos para sustituirlos por símbolos exóticos, ante los cuales se pliegan fácilmente los curiosos y pedantes imitadores de novedades. Y así la navidad no es hoy en Venezuela la antigua fiesta de los abuelos criollos. Es la fiesta de los intrusos abuelos yanquis. Durante ella no se desean "Felices Pascuas" como lo hacían ayer no más nuestros buenos padres; hoy se envían tarjetas con versos en ingles para augurar "Merry Christmas".
Mientras en el Norte se consagra un jueves de cada noviembre como fiesta de "Acción de Gracia", por el pasado y el presente del formidable y venturoso imperio del Tío Sam, y se come en tal día el pavo y la salsa de arándano, que recuerdan el refrigerio tomado por los Pilgrims Fathres al echar pie en tierra americana, nosotros desalojamos las costumbres de nuestros mayores, para adoptar alegremente las que nos imponen los explotadores forasteros.
Si Jorge Washington resucitase en un "Thanksgiving Day", hallaría en cualquier hogar americano abierta la Biblia de los mayores, junto al doloroso "turkey" y a la "cramberry sause" que de niño saboreo a la mesa de sus austeros abuelos en Virginia. Sin ir al terreno de lo imaginable: al viajero que visita la casa de Washington en Mount Vernon, en la fonda vecina, alegres muchachas trajeadas a la moda de Doña Martha, le sirven el mismo estilo de jamón con patatas que fue alimento diario del gran presidente. Si Simón Bolívar reapareciera en noche de navidad en la alegre Caracas donde discurrió su infancia, en el sitio del antiguo pesebre con el paso del nacimiento, que arreglaba con devota diligencia Doña María Concepción, encontraría un exótico "Christmas Tree", cubierto de simulada nieve, y en ves del estoraque, el mastranto, la pascuita y los helechos que daban fragancia campesina a la recamara, hallaría verdes coronas de fingido agrifolio y gajos de muérdago extranjero. En lugar de la hallaca multisápida, que recuerda la conjunción de lo indio y lo español, y del familiar dulce de lechosa, le ofrecerían un suculento Pavo, traído del Norte en las cavas del "Santa Paula". No oiría los villancicos que alegraron su niñez triste; le cantarían, en trueque, una melancolía "Carol" aprendida en discos "Columbia". Y Bolívar redivivo en su Caracas nutricia, pensaría como su obra quedo reducida a emanciparnos de España para que a la postre resultase la republica atada a un coloniaje donde Amyas Prestor tiene mas derechos que Alonso Andrea de Ledesma. Y Bolívar, tal vez repetiría dolorido, ahora con mayor razón: Aré en el mar.
Gracias, estaba buscando este ensayo, muy interesante y muy cierto aun en nuestra época.
ResponderEliminarSe que esto hace mucho, pero de casualidad tendras el pdf ¡? Necesito El fariseismo Bolivariao y la antiamerica, de tnerlo por favor enviamelo a este correo blamca-elena@hotmail.com EN serio es casi vital. GRACIAS
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