domingo, 15 de enero de 2012

Lo que pasó desde mi primera vez


La primera vez que uno hace algo que sabe que le va a gustar de por vida, lo disfruta al máximo. Y si es un sitio ubicado en una zona llamada El Paraíso, es imposible evitar que el primer pensamiento sea que la experiencia va a ser inolvidable.
En el estadio Brígido Iriarte, en cuya pista de atletismo mi padrino Noel Davies Bell afirma haber vencido a Jamaica en sus días con el equipo venezolano de atletismo, es donde vi por primera vez un partido de fútbol profesional.

Fue en 2001, el 19 de agosto para ser más exacto, que sobre el césped de 90 metros de largo de una de las sedes de los Panamericanos de 1983, el Caracas FC se enfrentó a Nacional Táchira en el primer partido del Torneo Apertura de la temporada 2001-2002.

El equipo andino se impuso 2-1, pero eso no era irrelevante. Lo importante, lo trascendental, lo histórico ocurrió 35 días antes a unos 700 kilómetros del semivacío Brígido Iriarte.

El 14 de agosto, Venezuela consiguió en Maracaibo su cuarto triunfo en 66 partidos eliminatorios de la Copa del Mundo. Derrotó 2-0 a Uruguay, con goles de Ruberth Morán y Alexander “Pequeño” Rondón. (http://bit.ly/zZtNbF).
Fue la primera de cuatro victorias seguidas –récord que aún se mantiene– y que consiguieron sacar a Venezuela del último lugar del balompié suramericano, en el que cumplió una condena que parecía eterna.
Mi padre, un español apasionado del deporte, me llevó a partidos de la extinta liga de fútbol sala, a la de beisbol e incluso a la de baloncesto, pero nunca al fútbol.

Posiblemente, consideró irrelevante atravesar toda la ciudad para llevar a sus hijos a observar un espectáculo poco o casi nada atractivo, era una perdida de tiempo.

La liga venezolana de fútbol fue hasta hace pocos años un torneo sumergido en la clandestinidad. Sus partidos eran reseñados por los diarios en el espacio que sobraba en las páginas de deportes.

Con la excepción de San Cristóbal y Mérida, los mismos entusiastas eran los que repetían en las tribunas todos los domingos.

Los nombres de Rafael Dudamel, José Luis Dolguetta, Stalin Rivas, Gabriel Miranda y Juan García eran desconocidos para aquellos que no se quedaban despiertos hasta cerca de la medianoche.

Ese es el horario en que terminaba la emisión estelar de El Observador, y que RCTV elegía para transmitir en diferido las goleadas que recibía la selección nacional de fútbol. ¿En vivo? Lo hicieron en alguna ocasión, pero eso no generaba rating.

Esos 11 hombres que vestían de vinotinto, un color que no representaba nada en especial, se llevaron palizas de TODOS los rivales de Suramérica. Una derrota, como el 3-1 con Uruguay hace 16 años en Montevideo, en las eliminatorias del Mundial 1998, era elogiada.
El diario Meridiano destacó el gol de Rafael Castellín y asentó en sus páginas, que ese tanto convirtió el enésimo revés en una "derrota decorosa" y no en una de las acostumbradas goleadas.
En las caimaneras que se jugaban en La Urbina hasta que nos abandonaba el sol, mis amigos afirmaban ser Ronaldo, Batistuta o cualquier otro ídolo de moda. Me miraban con asombro, cuando el personaje que yo seleccionaba era el portero Rafael Dudamel, que era el más destacado de la Vinotinto perdedora.

Desde aquel 14 de agosto de 2001, el fútbol venezolano se montó en una escalera mecánica en ascenso, mientras que muchos rivales de la zona se estancaron o, en el caso de Bolivia y Perú, cayeron en un precipicio del que todavía intentan salir.

La Vinotinto pasó a ser el único lazo capaz de unir a todos los venezolanos. Triunfó en 19 de sus siguientes 57 partidos oficiales.
Avanzó dos veces a la segunda ronda de la Copa América –incluido el cuarto lugar en 2011–, clasificó al Mundial Sub 20 Masculino de 2009 y al Sub 17 Femenino de 2010.

Ahora conseguir entradas cuando el Caracas juega un partido de Copa Libertadores se convirtió en una tarea difícil. Los revendedores “hacen su agosto” cuando los Rojos del Ávila reciben al Táchira y la selección nacional se convirtió en un negocio, en el que se recupera la inversión en un pestañeo.

Las 2.000 apasionados que iban al Brígido Iriarte en los noventa se multiplicaron en los 40.000 que apoyan a Mineros en el CTE Cachamay, al CD Lara en el Metropolitano de Barquisimeto o repletan todas las butacas del José Antonio Anzoátegui y Pueblo Nuevo, cuando la Vinotinto se juega la posibilidad de seguir sumando puntos para llegar a su primer Mundial de fútbol.


Celebridades
Hace unos años, un periodista amigo me contó que vio tomando el Metro de Caracas a uno de los mejores jugadores venezolanos de la época, sin que un hincha se acercara a pedirle un autógrafo o un niño corriera detrás suyo para tomarse una foto.

Ya no es igual. Los “Vinotinto Boys” toman largos vuelos para reunirse con sus compañeros de la selección, hacen giras de preparación por el extranjero y tienen un equipo de seguridad que aleja a los periodistas y ayuda a que los jugadores escapen por salidas alternas, cuando no es el momento idóneo para compartir con los fans.

Años atrás los entrenamientos eran solitarios. Tenían poca atención mediática y a los fanáticos le era indiferente quiénes eran los que se preparaban para perder.

Eso es pasado. El entrenador César Farías organiza prácticas a puerta cerrada y cuando le provoca, pone nervioso a los rivales al jugar al despiste. Da entender que Maldonado entrará por Fedor o que Seijas tomará el lugar del “Maestrico”, por citar un par de ejemplos.

El fútbol nacional comenzó a generar el rating que los canales de televisión demandaban para apoyar en Venezuela el deporte más popular del mundo.
El partido que la Vinotinto jugó la semifinal de la Copa América, es según Meridiano TV, el programa más visto en la historia de la televisión venezolana.
Los jugadores dejaron de ser anónimos. Si bien algunos comenzaron a tomar prominencia fuera de la cancha hace un tiempo, ahora casi todos los de la selección de mayores son conocidos por el colectivo.
Las chicas se preguntan qué usa Oswaldo Vizcarrondo para mantener los rulos. Se emboban cuando Gabriel Cichero toca la pelota y corren a comprar la revista en la el zurdo aprovecha su físico para modelar.
Renny Vega, acompañado de una ex Miss Venezuela, nos recomienda varias veces al día –en la publicidad de una tienda– comprar un televisor pantalla plana. Juan Arango y Salomón Rondón forman parte de los “Líderes Maltín” y Vizcarrondo celebra con Franklin Lucena y Alejandro Guerra, un gol de “Cafú” Arismendi, en un comercial de Pepsi.
El primer lugar provisional en el Premundial 2014 refleja que el fútbol venezolano dio un salto cualitativo.

Futbolistas convertidos en celebridades de la TV y las redes sociales, y transmisiones en vivo de los partidos de la liga local, y por supuesto de la Vinotinto, hacen pensar que el salto al progreso es irreversible.
Sin duda, era difícil vaticinar que el cambio comenzó pocos días antes de mi primera vez.

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