lunes, 16 de agosto de 2010

Tour Waka waka I

La existencia de un ser supremo que decide con quién estamos o a dónde vamos ha sido puesta en duda en muchas ocasiones. El jueves 1º de julio, en un taxi desde uno de los suburbios de Caracas comprobé que es intangible, pero cierta.
Era un poco más de mediodía, cuando un celular Nokia 1506, repicó un par de veces. Al atender, del otro lado de la bocina, Adelaida de Abreu (gerente de marketing de clientes), me informó que en una promoción –que no se anunció en periódicos, radio o televisión– me había hecho acreedor de un viaje a la final del Mundial de Fútbol 2010, cuya final sería en menos de dos semanas en Johannesburgo, Suráfrica.

Decirle a un periodista deportivo que ganó un viaje a ver un evento, al que la empresa para la que trabaja nunca se planteó en mandarlo, por comprar un móvil de 120 bolívares, es una de esas cosas que sólo ocurren en casos excepcionales, o cuando son parte de una farsa.

Mi Mamá, mi hermano y el metiche del taxista que nos llevaba a Caracas aseguraron que esa llamada era parte de una estafa.

De Abreu insistió en que los plazos para formar parte del grupo de cuatro personas que viajaría a África eran cortos, por lo que preguntó si tenía pasaporte vigente y estaba vacunado contra la fiebre amarilla.

“Tienes que mandarme una copia de tu pasaporte lo antes posible”, dijo De Abreu, cuando ya estaba en El Marqués –una zona del este de Caracas– buscando como llegar a mi trabajo en el diario Primera Hora, de la CA Editora El Nacional.

Si es fácil desconfiar de la gente conocida, es mucho más sencillo hacerlo con alguien que te pide un documento personal e intransferible.

La decisión estaba tomada. Dentro de ese supuesto premio había algo poco transparente, por lo que lo mejor era “hacerse el loco”.

Le dije a De Abreu que lo mejor era reunirnos en su oficina, y que allí me explicara qué cosas estaban incluidas dentro del viaje, a pesar que ella repitió la frase “con todo pago” en, por lo menos, unas cinco ocasiones.

Ilana Aponte y Humberto Sánchez, con quienes comparto unas ocho horas al día en la oficina, me dijeron que tenía que ir a Nokia y averiguar si era cierto. Si las condiciones no eran las que me habían planteado inicialmente regresara a casa, sino que aceptara la oportunidad más grande de mi vida.

La reunión del viernes en Nokia fue corta. De Abreu, una chica delgada, rubia y de menos de 30 años de edad, en una laptop me mostró una presentación de menos de diez minutos.

Lo único que tenía que llevarme a Suráfrica era una maleta con mi ropa de Graffiti y El Tijerazo, y unos dólares para comprar souvenirs.

Nokia iba a pagar pasaje, hospedaje, comidas y transporte a los 4 –sí, sólo 4– afortunados, de un sorteo que se hizo entre 19.000 personas.

Por la premura del viaje era imposible hacer ante Cadivi, que es el organismo encargado de regular el cambio de divisas extranjeras en Venezuela, las gestiones para conseguir dólares. Pero en el mercado negro siempre es posible.

La siguiente dificultad fue sorteada con facilidad. Pedirle a mi jefa una semana libre para irme de viaje una semana no era fácil, pero al explicarle el motivo y el destino, la situación cambió.

“¿A Suráfrica? Si te digo que no me renuncias. Cuadra con Luis cómo van a hacer”, dijo Alba Sánchez, gerente editorial de Primera Hora.

Luis Ayala es un periodista deportivo, que se graduó como uno de los mejores de su promoción en la Universidad Santa María.

Ni los amigos más íntimos lo creían, aunque para ser honesto yo tampoco. El panorama se dilucido cuando Adelaida envió a jrgc84@yahoo.es los pasajes de avión. El primero indicaba que tenía que sentarme en el puesto 33L del vuelo AF 461 de Air France, que partía a las 18:50 del 8 de julio de Caracas a París.

La posibilidad que el destino me quitó en 2006 de ver un show de Shakira y de presenciar la final de la Copa del Mundo estaba cerca. Sólo que en medio de eso estaba un sermón bíblico y más de 20 horas de vuelo.

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